
Uno de los grandes talentos de Lily Allen es ser Lily Allen. En una sociedad donde la pose y la impostación son nutrientes diarios, cuando alguien deja de lado esos vicios y se alimenta de su esencia misma, descuella velozmente. Un rasgo que se potencia en personalidades como la que pisó suelo argentino el sábado pasado.
Justamente, el adjetivo más preciso para definir la segunda visita de la Princesita del britpop es “Frescura”. Con un cigarrillo en la mano, un vaso de vino blanco colgando del pié de micrófono y una sonrisa irresistible, Lily cautivó a las casi 3000 almas que se acercaron al Luna Park, mostrando su especie de cabaret ATP, donde ella se proyecta como una Betty Boop versión ‘09.
Relajada, boca sucia (el “fucking” es un sustantivo obligado en cada una de sus frases) y excesivamente carismática, la hija del comediante Keith Allen hizo una selección de lo mejor de su repertorio y consiguió puntos altos con “Never gonna happen”, “LDN” (melodía contagiosa si las hay), “He wasn’t there”, “Littlest things”, “Chinese”, “Smile” (el arreglo final en clave drum&bass fue acertadísimo) y “The fear”. Ver Nota...
“No sé como hace Lady GaGa para usar estas bombachas”, dijo cómplice para burlarse de su colega norteamericana, mientras su peinado comenzaba a desarmarse y el maquillaje a la Björk de su cara se corría lentamente. Todo en el marco de un show en el que tampoco faltaron covers de Kaiser Chiefs (“Oh my god”) y hasta de Britney Spears (“Womanizer”).
Para el final y luego de alabar al público argentino, Lily cambió su malla de baile por un vestidito corto que le favorecia infinitamente mejor y, ya en zapatillas, ofrendó a sus fans “Fuck you” y una versión up de “It’s not fair”, la dos últimas canciones que arribaron para los bises. Entonces, la nena rebelde de la british high class ya había dicho todo y abandonaba el escenario como llegó a la cima: con una sonrisa.