Y los 42 mil creyentes, cifra corroborada por Dickinson al decir “es el show más grande que hemos dado en Argentina”, vieron, acaso, el mejor concierto de Maiden de los 7 que la banda dio en Buenos Aires. Tan emocionante como el anterior, tan inédito en cuanto a la puesta.
Si hace un año la banda tocaba las fibras más íntimas al desempolvar los tremendos clásicos circa mediados de los 80, en esta oportunidad la lista fue casi la misma, a excepción de cinco cambios, entre los que sobresalieron Children of the Damned y la soberbia Phantom of The Opera. Ya a esa altura del show, apenas 5 canciones, quedaba claro que lo que bajaba del escenario era un tsunami arrollador. La puesta, por fin la misma que se ve en los tours europeos, no escatimó en pirotecnia ni en luces y hasta dos gigantescos Eddie (uno momia y otro cyborg) fueron de la partida y la multitud les rindió pleitesía.
El fin de la celebración empezó con Hallowed Be Thy Name, acaso el himno de la misa. Una misa que vio como los ídolos, no en vano adorados, prometían regresar con disco nuevo en un par de años. Con la potencia arrolladora de costumbre, con una puesta inédita para un show de heavy metal y con una lista a pedir de cualquier fiel, Iron Maiden elevó el listón del Quilmes Rock. Habrá que ver qué sacrílego osa disputarle el trono.
Texto: Santiago Gallo Bluguermann.
(Quilmes Rock 2009)